Intento sacudirla y alejarla porque es mezquina, cruel e inhumana.
Intento quitarla de enmedio y buscar otra por miedo a lo grave del significado.
Sé que proviene de lo que percibo a mi alrededor. Sé que la aplico sin piedad a esa chusma que es noticia día tras día, que va dejando su rastro sucio por todas partes, que se manifiesta sin pudor y sin vergüenza ante un país que no acaba de salir de su asombro y que vive en un estado de shock continuo ante la información que va llegando.
Y echo entonces mano a la definición de la palabra y me encuentro con que generalmente, se considera crimen la acción voluntaria de herir gravemente o asesinar a alguien, y que la persona que lleva a cabo este tipo de acción se conoce como criminal. Y que hay también ocasiones en que el término crimen se utiliza para referirse a un delito grave en general y a una acción indebida o reprochable. Que igualmente, desde el punto de vista del derecho, el crimen es una conducta, una acción o una omisión tipificada por la ley que resulta antijurídica y punible. Y que el concepto está estrechamente unido al de delito, al abandono del camino establecido por la ley: el crimen es un delito ofensivo contra las personas.
Parece que entonces me quedo un poco más tranquila, no porque esa aclaración terminologica tenga sobre mi un efecto balsámico, sino porque me deja sin culpa, sin miedo a ser injusta cuando al mirar sus rostros en medios de comunicación, al escuchar sus voces, al percibir sus mentiras, la palabra tenaz se posa en mis labios y sale con fuerza...
Criminales, criminales, criminales.
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