Con esta especie de "cansancio" comencé a leer "La novela de ajedrez". Y me sorprendió. Sin embargo... me sorprendió.
A su autor, Stefan Zweig, nacido en Viena dentro del seno de una familia judía acomodada, todo lo que significó el nazismo, la tremenda brutalidad de la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, le dejó sin patria. Era un gran erudito y aficionado a coleccionar obras originales (como las partituras de Beethoven), y amigo de todos los intelectuales de la época. Sus ideas eran contrarias a todos los nacionalismos, lo que le constituyó en un gran europeista. Nunca había sido particularmente religioso, si bien siempre hizo alarde de una mentalidad pacifista, pero se vio obligado a alejarse de su hogar cuando la ocupación nazi empezó a hacer estragos entre la población judía de su país. Se fue a vivir a Gran Bretaña, luego a Estados Unidos, y finalmente a Brasil, donde se suicidó sumido en la desesperación ante el fracaso de la cultura europea y el temor a que Hitler ganase la guerra.
La denuncia de toda aquella brutalidad la hizo en "La novela de ajedrez".
El libro nos narra el viaje en barco desde Nueva York a Buenos Aires de un campeón de ajedrez, Mirko Czentovic, hijo de un barquero eslavo a quien recoge el cura del pueblo cuando su padre fallece y que parece carecer de toda habilidad e inteligencia hasta que se le descubre un enorme talento para jugar al ajedrez. A partir de ahí Mirko se dedicará en cuerpo y alma a este juego convirtiéndose en el Campeón Mundial, dando con él sentido a su vida y sabiéndose incapaz de desarrollar cualquier otro tipo de actividad intelectual. Su historia parece que será la protagonista de la pequeña novela hasta que aparece el Señor B, un gran jugador desconocido que nos va contando su historia, la que será la realmente relevante, la que constituye la razón de ser de toda la trama: un pasado como prisionero de la Gestapo y víctima de la tortura más sutíl, aquella que atenta a la estabilidad y equilibrio psicológico del hombre a través de una estancia en una habitación de hotel sin nada al alcance de los ojos y las manos , sin objetos con que entretenerse, con el silencio más absoluto y sometido a inacabables interrogatorios. El Señor B inventará y articulará toda una serie de mecanismos para dar sentido a su existencia, y la descripción de todos esos pensamientos, de esos mecanismos a los que va recurriendo, de su encuentro con la novela que le va a enseñar a jugar al ajedrez, de la evolución de sus procesos mentales, hacen que la obra adquiera una calidad extraordinaria. La confrontación entre los dos hombres en una partida a bordo del barco que les lleva a Buenos Aires es el culmen de este desarrollo. Dos hombres bien contrarios. Ambos con unas particulares características intelectuales que les hacen "distintos", cuyas personalidades casi patológicas parecen rayar en el asperger en el caso de Mirko y en el enfermo mental obsesivo en el caso del Señor B.
La lectura atrapa aunque desconozcas el juego porque lo trasciende. No se trata solo de jugar una partida, se trata de ganarla para sobrevivir. Nos deja ver la tremenda huella que deja la tortura mental, más persistente que la física, y con más posibilidad de que surja en el momento más insospechado, de que nos deje su marca grabada y nos incapacite.
Fue la última novela de Stefan Zweig. También él, superviviente de aquel momento histórico y dañado en lo más hondo de su existencia, tuvo su particular partida de ajedrez contra sus propios valores y temores. Y acabó perdiéndola.
La crítica se ha hecho esperar pero ha merecido la pena.
ResponderEliminarUn beso
Luisa