Ha sido la dejadez. Ha sido el descuidarme.
Caer en la cuenta de ello y el haber mantenido una breve conversación con un amigo, me ha servido de revulsivo para sentarme de nuevo ante la pantalla y dejarme ir.
Pero ha sido tanto tiempo que ni siquiera sé como hacerlo. ¿Cómo se deja uno ir? ¿Qué era lo que tenía que pasar para que las palabras fluyeran, transmitieran la emoción del momento, o las razones de la discusión?
¡Qué torpe me veo!
¿De qué puedo hablar que sea importante, o responda a una curiosidad, o tenga un mínimo de delicadeza, o entretenga unos instantes sin más?... ¡Tremenda dificultad la mía!
Ni siquiera la hermosa pieza de música clásica que me acompaña parece querer aliarse conmigo en la resolución del conflicto, y eso aumenta aún más la impotencia.
En otro momento será. O quizá ya ha ocurrido...
Quizá sea este el momento.
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