Hay instantes que se plasman en imágenes y que son ecos fieles de las emociones que tiñen la mirada que las capta.
Ahí estaba el camino, adivinándose en la curva que la carretera trazaba hacia no sé sabe dónde, jugando con adivinanzas, retándome a comprender algo que se escapaba al control de mi entendimiento. El mar- todo el mar- tan azul, tan calmado, tan intenso y tan familiar como la certeza de que estaba en el lugar que tenía que estar a pesar de las nubes que presagiaban las lluvias del día siguiente. La hipnótica presencia de las pequeñas casas con tejados rojos que, tozudamente, me cuestionaban un miedo infundado que estaba empezando a nacer...
Y quizá por todo ello -y a pesar también de todo ello- mis ojos se adentran en ese momento llenos de gratitud, sabedores del devenir de los acontecimientos, bañados de la paz conquistada tras la rendición, serenos como la alegría profunda.
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