Hay una vida detrás de la escena. Lo sabemos. Lo intuimos certeramente. El autor no hace más que darnos una instantánea donde se recoge lo cotidiano de la vida de los protagonistas (casi siempre sentados, desoladamente sentados), poniendo de manifiesto el silencio y la falta de comunicación, dejando libre la imaginación del observador para inventar la historia reflejada. Una observación empujada a poseer tintes psicológicos, metafísicos, que nos sorprende tratando de escudriñar cómo eran esas personas, qué sentían, qué emociones llenaban la soledad que se aprecia. Es tanto el magnetismo que se percibe, que nos cuesta poco introducirnos a través de la ventana en ese momento congelado e impregnarnos de la nostalgia vacía y devastadora que lo inunda.
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