Decidimos celebrar la tertulia de noche, compartiendo cena y cansancio tras un día de trabajo que cerraba la semana. Tuvimos el pequeño e íntimo restaurante para nosotras solas, y la música árabe ambientó un encuentro con la historia donde el olor del azahar rondaba nuestras palabras y nuestros pensamientos.
No recuerdo muy bien cual fue la razón por la que decidimos leer este libro. Lo que si sé es que salió elegido entre varias opciones y que, para bien o para mal, lo propuse yo.
Se trata, ciertamente, de una novela histórica, pero es tal la belleza de las palabras, tan íntimo el paisaje del alma que se pasea por la Alhambra, tan exquisita la sensibilidad del personaje retratado, que los acontecimientos de agonía, de pérdida, de guerras fratricidas, de afán de poder, de ansias de conquista, de muerte, de falta de tolerancia, de intrigas, se elevan sobre las bajezas humanas para poner ante nuestros ojos al hombre.
Porque Boabdil es, antes que el último rey de Granada, el representante del más absoluto de los respetos ante la condición humana. No hay un atisbo de odio en su derrota, ni en las traiciones y deslealtades que sufrió. Antes que el desprecio, aparece su increíble capacidad para admirar incluso el "defecto" del otro, ese "defecto"que se ha dado en llamar diplomacia y que no es otra cosa que astucia política para favorecer los propios intereses sin que importen los "daños colaterales".
Y aunque en el desarrollo de la tertulia casi todas coincidimos en que se hace pesada la lectura de aquellos pasajes donde Gala nos "pone al día" de las dinastías o de los episodios bélicos, también tenemos que admitir que abrió un espacio para la reflexión al darnos de frente con un Boabdil que (como bien decía Mili), no hace sino mostrarnos que lo difícil en esta vida es caminar, que lo difícil es evitar los prejuicios (apuntaba Luisa), que hay que cuidarse un poco de todo lo que nos llega (sentenciaba Rosa), que la tolerancia tiene que ver con lo que seamos capaces de compartir a pesar de las diferencias (Ana tenía claro que este desventurado rey compartía más cosas con los cristianos que con los musulmanes de África), que el amor no es otra cosa que estropearse juntos, y que el respeto y la admiración rompen todas las fronteras entre los enemigos. En este sentido nos fascinó muy especialmente la relación que Boabdil dibuja con su tío El Zagal y con Gonzalo Fernández de Córdoba, ambos y cada uno a su manera en esos "otros bandos" políticos, y ambos situados al mismo tiempo en el más profundo y sincero de sus afectos.
Un Boabdil que es incapaz de responder a esa imagen que su madre tenía sobre cómo debe ser el animal político..."Duro, callado y con buena memoria para los agravios". Un Boabdil que en ningún momento se hace partícipe de la postura religiosa ante los conflictos..."Matar es anticipar la justicia divina". Y que quizá por eso acaba entregando una tierra que forma parte de sus huesos a unos reyes que la codiciaban para conseguir una unidad territorial inexistente. Y la entrega como quien entrega a un hijo para evitar que sufra, queriendo aliviar y mitigar el dolor de lo inevitable: "El único descanso de mi alma era que a todos se nos tratara mejor como servidores y vasallos que como enemigos; mi única inquietud, que así no fuese. Acertó la inquietud".
Y la Alhambra se quedó vacía. Si acaso, son ahora nuestros pasos los que la pueblan.
Es posible que el último rey de Granada haya pasado a la historia como aquel que entregó las llaves de un reino que se presume perdido. Y sin embargo se adivina por cualquier esquina su dignidad, en cualquier recodo su tristeza, tras cualquier columna su melancólica y orgullosa serenidad.
"-Te amo más que nunca, Boabdil. Me parecía imposible, pero así es.
Eso me confirmó algo de lo que no estaba seguro: es cierto que la felicidad perfecta del hombre no existe, pero tampoco existe la perfecta infelicidad."