Era alto, delgado, y relativamente joven. Había realizado estudios de Humanidades y tenía una licenciatura en Historia. Trabajó como profesor durante un tiempo. Constituyó una familia y su hija tenía en ese momento dos meses.
Su voz tenía ecos de desesperación controlada y de rabia emergente, y su mirada apenas ocultaba el desconcierto que su situación le producía... Vestía con los colores del temor.
Su vida cambió de la noche a la mañana, en un instante imprevisto a pesar de posible. Se quedó sin trabajo, sin poder hacer frente al alquiler, agotó las ayudas, los trabajos eventuales, inundó de currículum todo... sin éxito. La esperanza le dio la espalda y la amargura se quiso instalar en su corazón sin fecha de salida.
Dejó a su mujer y a su hija al cuidado de los abuelos y se lanzó a la calle. Sin rumbo, porque cualquier sitio es válido si se encuentra trabajo. Se llevó lo último de los ahorros para poder dormir en alguna pensión y comer algún bocadillo. Pero hasta eso se le agotó.
Llegó tragándose la dignidad. Esforzándose por conservar la calma. Con el alma cargada de la más debastadora de las incertidumbres...
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