El sol ha calentado las paredes durante toda la mañana y ha bañado de luz el pequeño jardín, los árboles frutales, la cuidada huerta y el pozo.
Los ruidos cotidianos, lentos y escasos, se han hecho agradables. Y hasta el sentarnos a la mesa ha resultado novedoso, distinto... La conversación ha sido sosegada, pausada, dejando huecos llenos de alegres silencios . La sobremesa no tuvo prisa.
Han quedado las ventanas abiertas para dejar pasar los olores de la hierba, el ladrar lejano de un perro, el ligero canto de los pájaros, el zumbido de una abeja, la invitación a la siesta, la libertad del espíritu.
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