No sabía como agradecerme mi trabajo, lo que yo había hecho por él. No importó que me afanase explicándole que no había nada que agradecer, que simplemente hice lo que tenía que hacer. Él estuvo dando vueltas al asunto largo tiempo, observando mis palabras y atento a todas las pistas que pudiera darle mi forma de ser. Y un día me sorprendió...
La muestra de agradecimiento me dejó sin palabras. Su rotunda decisión de hacerse cargo de todos mis gastos de estancia en su país, y su determinación de no admitir ningún tipo de protesta por mi parte, han hecho muy difícil que saliese de mí algo que perturbase la alegría y la ilusión de su empeño: "Vete acompañada, lleva a quien quieras, organízalo para cuando te venga bien, pero tú vas a ser mi invitada y tienes que aceptarlo así si no quieres que me enfade y me disguste. Es mi regalo"... Un regalo que me ha dejado perpleja y del que me siento indigna, pero que me habla de la grandiosa generosidad de la persona que me lo otorga sin posibilidad de réplica.
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