Hicimos la tertulia en la pequeña finca que Rosa tiene en Amandi. Nos lo había propuesto en el último encuentro, y nos pareció maravilloso que, si el tiempo acompañaba, pudiéramos realizarla allí. Y el tiempo acompañó. El final de la tarde, tras el día caluroso de principios de Julio, se nos ofreció especialmente agradable cuando la fuerza del sol se vino a menos.
En esta ocasión no teníamos un libro concreto sobre el que dialogar, ya que nos habíamos decantado por dejar vía libre a la lectura de cualquier obra de la autora con la simple premisa, eso sí, de que cada una de nosotras eligiese un poema suyo para recitarlo al grupo y que nos sirviera de apoyo en el conocimiento de esa fascinante mujer que es Gioconda Belli.
Casi todo en ella, su vida y sus escritos, nos va diciendo qué significa ser protagonista de la propia vida. Nacida en Nicaragua, casada en tres ocasiones, madre de cuatro hijos, diplomada en Publicidad y Periodismo, gran opositora a la dictadura de Somoza, miembro del Frente Sandinista de Liberación Nacional, exiliada política, escritora de novelas ("Sobre la grama", "Sofía de los presagios", "El infinito", "El pergamino de la seducción", "El país de las mujeres"...), y una de las más grandes poetas contemporáneas.
Cada una de nosotras leyó lo que le pareció. Lo importante era captar lo que esta mujer nos transmitía, qué era lo que nos llegaba, lo que llamaba nuestra atención desde la diferencia que nos conforma y desde nuestras diversas maneras de sentir y entender la vida. Y leer sus poemas. Gioconda nos interrogó a todas con su peculiar manera de reivindicarse a sí misma como mujer libre en la expresión de sus emociones, de su sexualidad y de sus ideas.
El aire libre, el olor del campo, el silencio envolvente, el rincón pegado al muro en el que nos situamos, la progresiva caída de la tarde, fueron el marco propicio para una tertulia que tuvo mucho de confidencias femeninas. Nuestras trayectorias de mujeres que, para bien o para mal, han tenido caminos diferentes, se unificaban en una pregunta válida para todas: ¿qué queremos?... Parece una pregunta propia de la adolescencia, pero lo cierto es que ahí estábamos, con nuestra madurez y nuestras experiencias personales, preguntándonos precisamente eso... ¿qué queremos?.
Nos ha tocado vivir y poner en práctica todo lo que vino dado por la consecución de los derechos para las mujeres. Y no está siendo fácil. Nuestro modelo de crianza es masculino y tendemos a copiar dicho modelo al tratar de reclamar nuestras parcelas de "poder". Pero, ¿qué clase de poder? y ¿cómo conseguirlo cuando estamos seguras de que nuestros compañeros los hombres no nos van a ceder parcelas de ese poder de forma gratuita?
Quizá la respuesta venga de la mano de lo más auténtico de nosotras mismas, de la fuerza de la mujer ligada a la tierra, la primitiva, la de raíces sólidas en cuerpo y alma, de la capacidad de mirar para adentro y conocer cual es nuestro techo, del descubrimiento de la propia identidad, de la decisión personal de ser o no procreadoras, de disfrutar siendo más acogedoras con las mujeres que son diferentes en sus ideas, en su concepción de la vida...
La madurez nos debe empujar a ser más valientes, y también más prudentes... No somos más valientes por ser jóvenes, porque la valentía de la juventud es la de la imprudencia y la inconsciencia. Hay que atreverse a ir solucionando temas pendientes, a hacernos preguntas a cualquier edad, a cuestionar lo que llevamos de vida, y a cambiar lo que no nos gusta, lo que no nos hace felices, lo que no nos da paz.
Sin darnos cuenta se nos fue haciendo de noche. Cenamos a la luz de unas pequeñas velas para acompañar el ocaso. Y leímos los poemas de Gioconda...
Estoy viva
como fruta madura
dueña ya de inviernos y veranos,
abuela de los pájaros,
tejedora del viento navegante.
No se ha educado aún mi corazón
y, niña, tiemblo en los atardeceres,
me deslumbran el verde, las marimbas
y el ruido de la lluvia
hermanándose con mi húmedo vientre,
cuando todo es más suave y luminoso.
Crezco y no aprendo a crecer,
no me desilusiono,
ni me vuelvo mujer envuelta en velos,
descreída de todo, lamentando su suerte.
No. Con cada día, se me nacen los ojos del asombro,
de la tierra parida,
el canto de los pueblos,
los brazos del obrero construyendo,
la mujer vendedora con su ramo de hijos,
los chavalos alegres marchando hacia el colegio.
Si.
Es verdad que a ratos estoy triste
y salgo a los caminos,
suelta como mi pelo,
y lloro por las cosas más dulces y más tiernas
y atesoro recuerdos
brotando entre mis huesos
y soy una infinita espiral que se retuerce
entre lunas y soles,
avanzando en los días,
desenrollando el tiempo
con miedo o desparpajo,
desenvainando estrellas
para subir más alto, más arriba,
dándole caza al aire,
gozándome en el ser que me sustenta,
en la eterna marea de flujos y reflujos
que mueve el universo
y que impulsa los giros redondos de la tierra.
Soy la mujer que piensa.
Algún día
mis ojos
encenderán luciérnagas.
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