Los últimos atardeceres de este año van cayendo deshojados como los pétalos de una hermosa margarita que dejan desnudo el centro mismo de la flor: ese sol amarillo que les asía a la vida. Un año que ya va dando sus últimos coletazos y que me está dejando ver de nuevo lo imprevisible del tiempo que va marcando los días...
Va a ser cierto eso de que no cuenta cómo se empieza sino cómo se acaba ya que todo lo que en Enero parecía estar en un orden más o menos conciliado, más o menos establecido, más o menos consolidado, aparece ahora incierto y con aires de cambio en este Diciembre en el que vuelve el frío. Y aunque en un principio los sucesos me han dejado con la ansiedad al aire y una cierta angustia en la mirada sobre la vida, no puedo decir que haya sido negativo lo que ha ido aconteciendo, aunque sí inesperado.
No importa. Quiero pensar que los cambios son buenos, que gracias a ellos no nos anquilosamos, que nos hacen repasar acontecimientos y aprender, que traen la sorpresa bajo la manga y con ella la aventura del porvenir.
Y lo que es más importante... me hacen sentir viva, con la sensación de que todo comienza, manteniéndome a la espera de nuevos campos de margaritas para ir deshojándolas mientras tomo pequeñas decisiones... esto lo quiero, esto no lo quiero... esto me gusta, esto no me gusta... con esto me comprometo, con esto no me comprometo... Y la vida en el mismo centro con su dorado botón de sol.
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