Ayer escuché a primera hora de la mañana que un grupo de científicos españoles había encontrado una vacuna contra el VIH, que la habían probado ya en personas sanas con unos resultados espectaculares dónde se hablaba de un 90% de eficacia y que en breve iban a realizar los primeros ensayos con gente infectada por el virus.
"¡Por fin, por fin, por fin!" Era lo único que fui capaz de decir.
Han sido años conociendo gente con VIH. Gente de todas las edades, colores, razas, clases sociales, sexo. Muchos se han ido quedando por el camino. En su gran mayoría han tenido una mala vida, con enfermedades múltiples, hospitalizaciones frecuentes y muertes prolongadas dolorosamente en el tiempo.
La noticia es para hacer estallar fuegos artificiales de brillantes colores y sorprendentes formas. Es una puerta abierta a la vida, a la esperanza, al fin del estigma y del sufrimiento.
Y sin embargo, al mediodía, la ancha sonrisa que se me dibujó en la cara, se fue quedando un tanto empequeñecida, se me vino a menos... una leve sonrisa entre la alegría y la tristeza. Las noticias, que volvían a repetir el hallazgo, matizaban ahora la información añadiendo que de momento quedaría paralizada la difusión de dicha vacuna por falta de fondos económicos. La crisis, ya se sabe... Pero, ¿y lo que se está invirtiendo en la carrera armamentística? Ah, claro, es que eso es importante. ¡Por dios, no podemos compararlo con los drogadictos, los homosexuales, la gente corriente contaminada por imprudencias propias y ajenas, los africanos...! ¡Vaya tonta que soy! No acabo de enterarme del mundo en que vivo.
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