Ahora que ya han pasado los días de sol y playa, ahora que se está acabando Septiembre y los árboles inician su insinuante destape despojándose poco a poco de sus hojas, el domingo (cualquier domingo) aparece ante mí como un tiempo de refugio y dedicación a mí misma. Suele ser raro que ocupe la tarde en cualquier actividad que suponga salir de casa. Y, así, me dejo reposar en el sofá viendo un poco la tele, leyendo innumerables horas, tomando un café o una infusión en los momentos que paro para descansar mis ojos, y saliendo, ya al atardecer, a dar un largo paseo con mi perro.
Cuando la música se hizo silencio, y los aplausos se fueron apagando, las sonrisas aparecieron en los rostros, se sirvió la mesa (tiramisú y flan de chocolate hechos especialmente para la ocasión), se destaparon las botellas de champán, y la charla se hizo amena: se habló de un viaje a Creta, se leyó poesia, se comentó el delicado momento de la economía en Grecia, de lo buenos que estaban los dulces, de las maravillas de la tecnología, del yoga y sus beneficios... Luego, ya caída la noche, fuimos marchándonos poco a poco. Cada uno a nuestra casa. Respirando el aire, aún cálido, en la quietud de la oscuridad. Y en la memoria la música maravillosa del piano y el sabor de la dulzura.
- "Tenemos que repetirlo"
- "Sí, tenemos que repetirlo, aunque sea para comentar un libro, o para ver una película, o para recitar poemas".
Lo haremos, sin duda alguna. Lo haremos.
De vez en cuando, los domingos van a dejar de parecerme domingos...
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