La luna llena imprimía un color de crema de leche a los blancos edificios arquitectónicos que configuran el Niemeyer. El sol se fue ocultando mientras esperábamos en la gran plaza abierta la apertura del Auditorio para asistir al espectáculo de danza de María Pagés: Utopía.
Se presentía la emoción en la noche, el movimiento en la brisa, la música en los sonidos de las palabras, el arte en el escenario que nos enmarcaba. Se palpaba la curiosidad en los comentarios, la avidez en la mirada con la que ojeábamos los folletos de presentación, el anhelo en la consulta constante e intercalada a los relojes.
Noche del norte, fresca y húmeda, deshecha en el deseo del encuentro con la pasión del flamenco, con el retumbar de los tacones en el suelo, con el entrechocar de las palmas, con los quejidos de las voces, con los requiebros de los cuerpos de los hombres y mujeres mostrando lo más intimo de la esencia propia de cada sexo.
La sencillez y la pureza que imprime el gran arquitecto en su obra apareció en escena de la mano de la danza. Un espacio abierto, liberado de todo lo que contamina, se abrió ante nosotros. En el escenario solo aquello que era importante, es decir, la esencia del ser humano. Y como ambientación las líneas onduladas del mundo femenino -colgando, modificándose, subiendo y bajando- para llenar de significado los poemas cantados de Neruda, de Benedetti, de Larbi el Harti, de Machado, de Baudelaire...
Noche fría de cielo raso que templamos, al finalizar, con una cena y una conversación de aromas cálidos y aires intelectuales, de opiniones sobre el futuro del Centro Cultural que nos había albergado, de escucha atenta al creador artístico y al crítico de arte que se perdían en su mundo, en la charla cercana de las mujeres sobre lo cotidiano.
Más tarde, ya en la madrugada, la arquitectura y la danza se pasearon de la mano con un entrañable amigo. Formas y movimiento en las palabras, en la observación de los gestos, en el estar con uno mismo, en el descubrimiento del otro, en el entendimiento en el diálogo, en la fascinación del encuentro, en el respeto del espacio, en la espectación ante la cercanía.
Noche en danza con el alma envuelta en los tejidos de viento de la utopía.
Excelente prosa, para el relato de un día que tuvo muchos ingredientes estupendos para que la memoria trabaje. Enhorabuena
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