Este día de Octubre trajo consigo toda la luz del otoño bajo un sol de verano que tarda en irse, como si le costase abandonar todo lo que cobija y persistiera tozudamente en su empeño por dar un calor que ya empieza a sobrar.
Animados por la claridad salimos a caminar por los humedales de la reserva de la ría, a respirar el aire tranquilo y limpio, a llenar los ojos con los reflejos de la luz en el agua, a prestar atención a los cantos y al piar de los pájaros que año tras año eligen estos lugares para regalarnos pedacitos de sus vidas: un joven patito deslizándose por la superficie líquida bajo la atenta mirada de su madre que, camuflada entre la vegetación, velaba por su seguridad y por los avances en sus habilidades para convertirse en adulto.
El solitario paseo en las horas tempranas vino acompañado de retazos de nuestra propia conversación, de pensamientos silenciosos, de imágenes bucólicas, de observación minuciosa, de contemplación paisajística.
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