(Lo prometido es deuda. Aquí está la carta que escribí para el I Certamen Literario de Cartas de Amor -y desamor- convocado por la Tertulia Rita Caveda Solares. Aunque no fue una de las cartas ganadoras tengo que decir que gané mucho al atreverme a participar: buenos ratos delante de la pantalla del ordenador intentando dar forma a ideas, pensamientos y emociones..., el esfuerzo de la creación ficticia..., la tensión del suspense al no querer desvelar nada ..., la hermosa experiencia del encuentro con el resto de mujeres participantes..., la alegría de aportar un granito de arena para que el interés por la cultura siga vivo...
Mis felicitaciones a las ganadoras por su buen hacer y a las mujeres de la Tertulia por esta iniciativa y por el éxito cosechado. El año que viene, más...)
Domingo, 29 de Octubre
Necesito que sepas, antes de que te adentres en estas líneas, que no es el rencor lo que me embarga. Ni la deslealtad. Ni esas emociones de mis días tontos que luego acaban pasando. Ni siquiera tiene que ver la melancolía de este otoño incipiente con sus vientos alborotados que barren las hojas de los árboles vestidas de amarillo, de marrón, de rojo...
Llevo tanto tiempo queriendo poner en orden mis pensamientos y mis sentimientos, que no sé por dónde empezar. Llevo días tratando de encontrar ese fugaz instante en que todo parece claro, para que no me cueste hablar de la angustia que has visto reflejada en mi cara mientras permanecía instalada en el silencio.
Ya es de noche. La tierra rezuma el agua que no ha dejado de caer durante toda la tarde y la humedad del aire atraviesa las paredes. He encendido la chimenea para templar un poco la casa y caldear mi ánimo. Quizá ha sido este calorcillo el que me ha traído este momento de paz en que me siento con fuerza para escribir, para poner sobre el papel lo que los labios no aciertan a decir, lo que el fin de la batalla que padecía conmigo misma ha resuelto... Y aquí estoy, con todos mis destrozos a cuestas.
Sé que no vas a comprender que esto nuestro se acabe.
No es fácil. ¿Cómo vas a entender que ponga fin a este largo trayecto de vida en que nos hemos acompañado? ¿Cómo vas a comprender que prefiera quedarme con la soledad que tanto he temido siempre?
Es tremendo darse cuenta a estas alturas de la vida que no ha bastado el cariño, la necesidad de compañía que compartimos, los hijos que hemos tenido, los proyectos (tuyos) que siempre he respaldado, la holgada posición económica tras años de penurias y sacrificios. No ha sido suficiente. No es suficiente.
El tiempo ha ido pasando de puntillas, sin querer alertarme de que la vida se va lentamente. Lentamente.
Tengo necesidad de vivir. Vivir... No acongojarme, como hasta ahora, ante lo imprevisible. Poner punto final a lo que no acaba de hacerme feliz. Tengo necesidad de aventurarme en el descubrimiento de mí misma.
En el descubrimiento de mí misma...
Descubrirme a mí misma cuando ya tengo pasados los cincuenta, cuando parece que es tiempo de conformarse con lo que se tiene, dar gracias por ello, y adecuar el paso de los años a esa costumbre que se ha trazado.
Descubrirme a mí misma en soledad justo ahora en que lo más cuerdo sería dejarme acompañar, dejar que mi vida resbale por el camino marcado, disfrutar de lo que se tiene conseguido.
Miro a través de la ventana la oscuridad de la noche apenas iluminada por las farolas de la calle. La quietud es inmensa. Las hojas del suelo amortiguan el sonido persistente de la lluvia al caer.
¿Sabes? el agua de esta lluvia y el agua de mis lágrimas comparten la misma esencia. Me siento desolada y triste. Vacía, como la calle solitaria. Sin asideros. Pero viva. Extrañamente viva. Extrañamente consciente de que existo. Vislumbrando a través de la niebla que embarga mi alma mi propia identidad... Creo que he vivido mucho tiempo sin identidad.
He luchado, y la batalla ha sido dura. He tenido que librarla contra el “sentido común”, contra “el qué dirán”, contra los miedos ante lo desconocido, contra la posibilidad de fracaso, contra las dudas que me asaltan, contra la pena ante el daño que te hago. Y he salido de ella hecha jirones, con el alma desgarrada de arriba abajo, con un dolor sordo, con la soledad aceptada (por fin) para emprender el viaje...
Cuando llegues la casa te acogerá cálida, encontrarás el hogar encendido, la noche quieta. Verás esta carta sobre la mesa, al lado de la taza preparada para tu café. La leerás pensando que no tiene sentido nada, que me he vuelto loca, y subirás las escaleras hasta la habitación para encontrarme.
Y aquí estaré. Con la maleta hecha y dispuesta para la partida. Esperándote serenamente para despedirme, para que veas mi rostro y comprendas que no habrá marcha atrás.
Ha dejado de llover.