Ocurre, a la hora de interpretar
en escena, pero también en la vida diaria (donde es bien difícil interpretarse a uno mismo), que, de repente, tu personaje estalla de vida porque la réplica que te dan los demás personajes (puede ser uno, o pueden ser varios) hacen más creíble el tuyo y te llenas de fuerza. Y lo que es ficticio pasa de verdad. Es un instante. Pero el sentimiento de plenitud se queda dentro y perdura...
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