Es difícil de encontrar, no porque esté escondida, sino porque, viéndola por fuera, es similar al resto de fachadas que la flanquean en la ciudad antigua de Cáceres. Hay un letrero discreto que la anuncia poco antes de acceder a la calle donde se sitúa.
La he visitado dos o tres veces, y no deja de gustarme. No me canso de verla, de perderme en sus aposentos pequeños y abiertos, de bajar y subir los peldaños que separan una alcoba de otra, de desembocar irremediablemente en ese patio al que parece que todo fluye.
Ese día me senté bajo las hojas de los árboles, me apoyé en la mesa de piedra, y pedí que me hicieran una fotografía para hacer perdurar el instante. Luego, al verla, me sorprendió ese aire de bodegón que desprende la imagen, ese aire de desvelada siesta a la sombra perfumada de inciensos mientras se escuchaba el correr del agua...
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