El concierto era en Valdedios: piano y violonchelo.
Magnífico.
La atmósfera intimista que se creó con la música fue un bálsamo contra el desánimo que pretendía instalarse dentro, persistente y obstinado.
Mi mirada iba de la escena de los músicos al alto ventanal que dejaba ver un trocito de los verdes árboles que pueblan la ladera que circunda el monasterio.
Se hizo de noche en el transcurso de la música en el tiempo...
Durante el intermedio, salimos al claustro: unos a respirar el atardecer, y otros, el humo de los cigarros.
Y allí lo descubrimos. En la pared. Pegado a ella. Boca abajo. Pendiendo de sus patitas. Quieto.
Un pequeño murciélago. Aletargado quizá por el calor de la tarde. O quizá, como nosotros, transportado por la música a otro lugar, a otro espacio, esperando otro tiempo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario