Me encontraba visitando el Vaticano: sus museos, sus jardines, su capilla Sixtina, su basílica...
Demasiada gente. Demasiado bullicio. Demasiado...
A fin de evitar que saliera todo aquel gentío en las fotos, me dediqué a mirar los techos pintados de las tremendas galerías, y a captar con la cámara un silencio y un asombro que no era capaz de obtener mirando todo lo que a mi altura me rodeaba...
La luz entraba diáfana, casi azul, y ponía de relieve la hermosa cúpula decorada...
Contemplé la grandiosidad de la mano del hombre queriendo manifestar lo divino, probando con su acto creativo la trascendencia de la que estamos hechos...
Obtuve, apenas, un momento de paz y de silencio interior. Un breve instante de calma...
Al salir del ensimismamiento no pude sino acordarme de la escena de Jesús y los mercaderes en el templo.
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